La Madre Tierra no es solo el suelo bajo nuestros pies — es el latido de nuestra existencia. Respira a través de los bosques, canta en el vuelo de los pájaros y ruge en los ríos y océanos. Cada árbol, cada animal, cada gota de agua forma parte de la sinfonía que sostiene la vida.

 

Protegerla no es una opción, es nuestro deber sagrado. Plantar árboles es solo el comienzo; también debemos salvaguardar a las criaturas que dan alma a la Tierra: el jaguar en la selva, el colibrí en los Andes, la ballena en las profundidades del mar. Cuando una especie desaparece, un pedazo de nosotros se pierde para siempre.

 

Cuidar a la Madre Tierra es cuidar el futuro de nuestros hijos, nuestra propia humanidad y la poesía de la vida que une a todos los seres. En su abrazo aprendemos que el verdadero progreso no se mide en dinero ni en máquinas, sino en cuán profundamente honramos la vida que nos rodea.

 

Yo también, con humildad, estuve una vez ciego — atrapado en la tormenta de la productividad, consumido por la ilusión de que el valor estaba atado a la riqueza. Perseguí dinero mientras el verdadero tesoro permanecía quieto: la Madre Tierra misma, alimentándome cuando tenía hambre, sanándome cuando estaba enfermo y sosteniéndome incluso cuando no sabía que me sostenía.

 

Este proyecto es mi acto de redención. Mi homenaje. Mi disculpa y mi más profundo gesto de gratitud hacia la mayor inteligencia amorosa y cuidadora de todas: la Madre Tierra y todos sus humildes hijos.